Entre sus grandes descubrimientos sobresalen la ciudad prehispánica de Monte Albán, con su magnífica Tumba 7, y varios sitios en la Mixteca, como Yucuita, Yucuñidahui y Monte Negro, en Tilantongo. Producto de esos descubrimientos fue una gran cantidad de libros, artículos, reportes, conferencias y literatura popular, que aún son necesarios para el estudio de las culturas mesoamericanas, sobre todo de la zapoteca, la mixteca y la mexica.
Don Alfonso Caso fue especialmente importante en las investigaciones del área cultural de Oaxaca; a partir de 1931, y por más de veinte años, se dedicó al estudio de Monte Albán, sitio al que encontró convertido en terrenos de cultivo, con mogotes llenos de vegetación añosa. Gracias a su laboriosa actuación, en la que recibió la ayuda no sólo de otros arqueólogos sino de muchos técnicos y particularmente de jornaleros que vivían y aún viven alrededor de este majestuoso lugar, pudo descubrir completamente más de veinte de los cientos de edificios y la más monumental de las plazas que configuran los restos de esta enorme ciudad prehispánica. Igualmente importantes son las 176 tumbas que exploró, pues mediante su estudio logró descifrar el sistema de vida de los pueblos zapoteco y mixteco, esto sin contar con los innumerables edificios de otros sitios hacia los que extendió su proyecto central, en el área mixteca y la zona arqueológica de Mitla, en el Valle de Oaxaca.
El doctor Caso es considerado el representante de una corriente de pensamiento llamada escuela mexicana de arqueología, que significa el conocimiento de las altas culturas mesoamericanas a través del estudio sistemático de sus diferentes manifestaciones culturales, como son la arqueología, la lingüística, la etnografía, la historia y el estudio de las poblaciones, todas integradas para entender la profundidad de las raíces culturales. Esta escuela creyó en el valor de la reconstrucción de la arquitectura monumental de aquellas culturas, con el objetivo de conocer a profundidad y hacer evidente la historia de nuestros antepasados, especialmente ante los ojos de los jóvenes modernos. Para ello se basó en estudios serios de diferentes expresiones, como la arquitectura de templos, palacios y tumbas, la cerámica, los restos humanos, los libros sagrados, los mapas, los objetos de piedra y otros materiales, a los que Caso llegó a interpretar después de muchos años de estudio.
Una de sus aportaciones más importantes fue el desciframiento del sistema de escritura de las culturas prehispánicas de Oaxaca, llegando a comprender los jeroglíficos que usaron los zapotecos desde el año 500 antes de nuestra era, para nombrar a las personas, para contar el tiempo y para narrar sus conquistas, en complicados textos tallados en grandes piedras. Tiempo después, hacia el año 600 de nuestra era, con ese sistema de escritura contaban sobre todo sus violentas incursiones en los pueblos, sacrificando a algunos y tomando cautivos a sus dirigentes, todo ello para asegurar la supremacía del pueblo zapoteco, cuya capital era Monte Albán.
Asimismo, interpretó el sistema de escritura mixteca, cuyos pueblos plasmaron en libros hechos con piel de venado y pintados con colores brillantes, para narrar los mitos sobre sus orígenes, su procedencia de la tierra y de las nubes, de los árboles y de las rocas, y complicadas biografías –entre reales y míticas– de los personajes importantes, como sacerdotes, gobernantes y guerreros de esos pueblos. Uno de los primeros textos en descifrarse fue el Mapa de Teozacoalco, a partir del cual el doctor Caso logró establecer correlaciones entre el calendario antiguo y el de uso cotidiano de nuestra cultura, además le permitió ubicar geográficamente la región que habitaron los mixtecos o ñuusavi, los hombres de las nubes.
No sólo Oaxaca ocupó la atención académica de Caso, también estudió la cultura y la religión de los aztecas y se convirtió en uno de sus principales peritos. Descifró muchas de las famosas piedras grabadas que representaban a las deidades del México central, como la Piedra del Sol, que había sido la preocupación de muchos otros estudiosos de las épocas anteriores. Caso encontró que también se trataba de un sistema calendárico, parte de la cultura mexica en cuya raíz se encuentran sus mitos de origen. También descifró límites de territorios y una gran cantidad de eventos que involucraban a los dioses de lo que él llamaba el Pueblo del Sol, el pueblo mexica, que controló en gran medida los destinos de los demás pueblos mesoamericanos en una época cercana a la conquista hispana.
La arqueología de México le debe mucho a don Alfonso Caso, ya que, como el gran visionario que fue, fundó las instituciones que aseguraban la continuidad de los estudios arqueológicos, como la Escuela Nacional de Antropología, en la que formó a una gran cantidad de estudiantes, entre los que se cuentan los nombres de arqueólogos y antropólogos de la talla de Ignacio Bernal, Jorge R. Acosta, Wigberto Jiménez Moreno, Arturo Romano, Román Piña Chan y Barbro Dahlgren, sólo por mencionar algunos; y la Sociedad Mexicana de Antropología, orientada a propiciar el intercambio constante de ideas entre los científicos enfocados al estudio del hombre.
Caso también fundó aquellas instituciones que aseguraban la protección del patrimonio arqueológico de los mexicanos, como el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Museo Nacional de Antropología. Sus estudios de las antiguas culturas le hicieron valorar a los indígenas actuales que luchan por su reconocimiento en el México de hoy. Para su apoyo, fundó el Instituto Nacional Indigenista, organismo que aún dirigía poco antes de morir en 1970, en su afán de revalorar, como él decía, “al indio vivo, a través del conocimiento del indio muerto”.
En nuestros días, las instituciones que Caso fundó aún persisten en el centro de la política cultural nacional, como una muestra de la visión extraordinaria de este científico, cuya única misión, como él mismo reconocía, era la búsqueda de la verdad.
JUSTINO FERNANDEZ
El 28 de septiembre de 1904 nació en la ciudad de México, Justino Fernández hijo del licenciado Justino Fernández Mondoño -uno de los constituyentes de 1857- y de la señora Sergia García, hermosa dama oriunda de Valladolid, España. Estudió Fernández la primaria en el Colegio Francés de la Perpetua. La efervescencia de la Revolución lo llevó a los Estados Unidos. Regresó a México en 1923 cuando surgía avasallador el movimiento que revivía la pintura mural mexicana y el estudio. Y la difusión del muralismo y de su más destacado representante, José Clemente Orozco, lo embargaría parasiempre. Varios fueron los trabajos que, obligado por las circunstancias hubo de desempeñar don Justino y, al inicio de su carrera, el de dibujante de arquitectura. Alumno del distinguido maestro, investigador, historiador y crítico de arte Manuel Toussaint, al convertirse en 1936 el Laboratorio de Arte de la Universidad Nacional Autónoma de México a Instituto de Investigaciones Estéticas, pasó a formar parte del mismo, como -ayudante del Director, Manuel Toussaint.
Consagró su vida al Instituto y a la Universidad desde 1936, y hasta su muerte acaecida el 12 de diciembre de 1972. A la muerte del maestro Toussaint (22 de noviembre de 1955) fue designado Director interino del Instituto y un año más tarde Director titular, cargo que desempeñaría hasta 1968. En 1969, el Consejo Universitario lo nombró investigador Emérito. En 1969 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. De 1970 a 1972 fue miembro de la Junta de Gobierno de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue electo Académico de Número de la Academia Mexicana de la Historia, Correspondiente de la Real de Madrid en 1965 y fue Miembro fundador de la Academia Nacional de Artes, Perteneció también a otras famosas sociedades nacionales y extranjeras y recibió muchas distinciones.
En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autó-noma de México, profesó por más de treinta años la cátedra de Historia del Arte Moderno, contribuyendo a formar varias generaciones de brillantes investigadores y maestros. En el Instituto de Investigaciones Estéticas pudo cumplir con su vocación: la crítica y la historia del arte mexicano, tarea que llevó a cabo con un riguroso método histórico, en búsqueda de la esencia del ser histórico de México para integrarlo al arte universal. Partiendo del Arte Moderno de México y pasando por Prometeo, Ensayo de Pintura Contemporánea, José Clemente Orozco. Forma e Idea. El Arte del Siglo XIX en México, Justino Fernández llegó a la cúspide de sus trabajos con una obra magna: Estética del arte mexicano. Coatlicue, El Retablo de los Reyes y El hombre en llamas, trilogía fundamental para la historia y la crítica de la expresión artística mexicana y paradigma y modelo de la crítica de arte. En esta obra, primera historia de las ideas, su inquietud lo allegó al mundo del México antiguo para descubrir los arcanos de la diosa madre Coatlicue, imagen y dinamismos cósmicos esculpidos en la piedra.
Cautivado desde su infancia -cuando con su madre asistía a misa en la Catedral Metropolitana- por el arte novohispano. Estudió y analizó la esplendorosa iconografía del retablo de los Reyes. Y en una luminosa aproximación al arte mexicano y universal, señaló en el "Hombre en llamas" de José Clemente Orozco, los símbolos de la grandeza y el trágico discurrir y el destino humano en los tiempos actuales. La novedosa y original senda que le dio a su quehacer crítico y la hondura filosófica de su extensa obra, hacen de Justino Fernández uno de los más clásicos en la historia y en la crítica del arte, y también de la cultura mexicana.